lunes, 21 de junio de 2010

16. Si no te lo comes para cenar, pues para desayunar


Debo ser la persona que más veces ha desayunado pescado en este país. ¿Y tostadas? Pues creó que un par de veces sí desayuné tostadas, el resto besugo, merluza, gallo, salchichas los días buenos... Sí, mi madre no tenía misericordia. Yo era  mala comedora. Mala, mala. Me gustaba la leche y los yogures, y ya. En serio, no me gustaba nada más. De calcio iba sobrada pero del resto mejor ni hablar. Así que mi madre, con una infinita paciencia al principio y sin paciencia ninguna después, lo probó todo:
- Primer intento: obligarme. Pero me adapto fácil al medio. Aprendí a lanzar la comida por la ventana, detrás de los radiadores, vaciaba una muñeca y le metía la comida dentro hasta que se pudrió, y sobre todo, aprendí que mi hermana pequeña se lo comía todo. Le daba igual: alubias, carne, acelgas, espinacas. La tía no tenía fondo. Hasta que la endoncrina preocupada por su aumento de peso encontró la causa y el fondo: una hermana raquítica que la cebaba cada vez que mi madre se daba la vuelta.
- Siguiente intento: un pediatra "moderno" (como cuenta mi madre) le dijo que me dejara comer cuando quisiera, que de hambre no iba a morir. Pero el señor pediatra no me conocía. Acabé ingresada de urgencia con una anemia de impresión. "Mira nena, si llego a coger en aquel momento al pediatra ese... No veas cómo me miraban en el hospital los médicos, como si fuera una mala madre, ¡yo! ¡una mala madre!  Mira, que me fui a su consulta y se lo dije: Menos moderneces señor, que casi se me muere la niña de desnutrición. Y me aguanté las ganas de meterle un sopapo. Porque era mayor, si llega a ser más joven le meto un sopapo. Así te lo digo nena". Me lo creo, mamá.
- Tercer intento: por mis muertos que tú comes. Esta fue la peor etapa. Primero el embudo. En serio. Me daban de comer con un embudo. Hacían todo un puré y allá que iba, libre por mi garganta. Y ahí se ve que empecé a transigir (vamos, no me quedaba otra opción) y llegó el "Si no te lo comes para cenar, pues para desayunar". Y oye, otra cosa no pero cumplidora mi madre es un rato. He desayunado pescado, he comido cereales y zumo de naranja, merendado bocata de lentejas, y cenado sandwich de nocilla. Así, en bucle durante años.

Consecuencias:
- Nunca sé qué toca comer a qué hora. No tengo criterio. Un cordero me parece poco para cenar y un par de aceitunas y un café, suficiente para comer. Soy capaz de cenar sólo chocolate y de merendar un plato de pasta. Pues eso, sin criterio.
- Odio a Baltasar. Un 5 de enero, harta mi madre de que no comiera las lentejas, y con toda la familia en el portal esperándome para ir a la cabalgata, me las puso entre pan y pan. Estábamos allí, esperando a los Reyes, yo chupando aquel asqueroso bocata de lentejas frías, y mi madre metiéndome codazos para que me lo comiera, cuando el simpático y super mágico y super poderoso Baltasar (hasta aquel momento) se acerca y me dice:
         - Huy esta niña que agusto se está comiedo el bocadillo. Se ve que está muy rico. Así seguro que le traemos buenos regalos.
Pues sí, los Reyes lo saben todo, todo. Menuda mierda de mago de pensé. Y desde entonces le tengo tirria.

Excepciones para utilizarlo:
Como a mis futuros hijos sólo les gusten la leche y los yogures, están jodidos, porque van a desayunar pescado seguro. Quitando mi desorden horario como de todo. Bueno casi, casi.