Y te enterabas. Vamos que si te enterabas. Si tu le levantabas la voz, ella era capaz de gritarte hasta reventarte un tímpano.
Cuándo utilizaba el consejo:
Siempre que se te ocurría levantar la voz. Incluso cuando le gritabas desde otro cuarto para decirle dónde estaban las tijeras, ella venía a pasitos, abría la puerta y te decía con las manos en jarras:
- A mí no me levantes la voz que soy tu madre y esto no es una casa de locos. Si quieres saber dónde está algo, me lo dices como las personas civilizadas, que para eso te he educado yo, no para que andes como una verdulera..., ¿o tú eres una verdulera y no nos has dicho nada? Porque si lo que pasa es que tú tienes una frutería, pues igual hay que quitarte la paga, porque imagino que ganarás tu propio dinero ¿no? (Yo en este punto me perdía, ¿de qué narices hablaba? ¿Y cómo habíamos llegado a que yo tenía una frutería? y ¡¿qué paga?! ) ¿Me estás oyendo nena? A mi no levantes la voz que te enteras. Y las tijeras están en su sitio, donde deben estar.
A mi madre también le importaba un pimiento dónde estuviéramos. Lo de la vergüenza ajena y la propia a ella le parece debilidad humana. Un día fuimos de compras. Yo con 16 años y toda la vergüenza que puede caber dentro de un cuerpo. Mi madre 47 años y toda la desvergüenza que puede caber en un cuerpo... en el cuerpo de ocho.... En un cuerpo solar y no sé si llego.
- Nena, venga, sal ya del probador que no tengo todo el día.
- Ahora voy...- pero eso a mi madre le daba igual, y le faltaba tiempo para abrirte la cortina y que media tienda te viera en pelotas.
- Chica mamá, que ya voy- yo alcanzaba cotas de color escarlata que Pantone desconoce.
- Ni chica, ni chico. Ven para afuera que ahí no se ve nada, que hacen los probadores para enanas, porque no lo entiendo si no.- Yo salía con timidez y ella sentada en un sofá me miraba con desaprobación.
- No, no, no. No me gusta nada. No es nada fino, con ese escote... Mejor pruébate ese pichi que te he cogido yo, que es mucho más mono.
- Pero a mí este me gusta...
- Pero tú no tienes ni idea de vestirte bien. Además, si pago yo, elijo yo.
- Pero a mí me gusta este- lo dije un poco más alto, un poco, cómo quien se sube una rayita al volumen de la tele, pero ella debió oirlo por la megafonía de la tienda o algo. Y allí en medio, con otras 10 madres y otras 10 hijas adolescentes, se puso en jarras y yo me esperé lo peor. Y como casi siempre que espero lo peor con mi madre, acerté:
- ¡A mí no me levantes la voz que soy tu madre! ¿Me oyes?- lo dijo a grito pelado- Y ya te estás quitando ese vestido que pareces una fulana cualquiera- esto lo dijo como si pones la tele a un 5.1 y le subes el volumen a tope en mitad de la noche, a las tres de la madrugada, en un pueblo de Soria. De manera que todos esos ojos se giraron. Las madres la miraban con orgullo rollo: "Ahí va: una buena madre" y las hijas me miraban con pena rollo: "Entendería que te suicidarás porque además sé a qué colegio vas". Me pareció ver a una que incluso se le nublaban los ojos- ¡Habrase visto! "A mí me gusta" dice la nena. Mira, llenito tienes el armario de cosas que te gustaban. No, qué digo gustar, que te encantaban y que te has puesto una vez. ¡Una vez! Se acabó, cuando tengas 18 años irás con la pinta de fulana que te dé la gana, pero mientras pague yo, te vistes como Dios manda, la niña esta...
Consecuencias del consejo:
Yo soy capaz de discutir a susurros y, claro, pierdo credibilidad. La gente no te tiene en cuenta. Insultar en voz bajita tampoco funciona, la gente no me toma en serio.
Consecuencias en mi hermana: a ella no le puedes gritar. Nada. Le ha cogido terror a los gritos y aunque le llamen guapa, ella llora.
Excepciones para utilizarlo:
No creo que vayamos a tener este problema. Futuros hijos míos, esta frase me pone muy nerviosa así que intentaré no utilizarla. Eso sí, a ver cómo aprendo a mandaros a la cama con autoridad a base de susurros. No lo veo, lo intento, pero de verdad que no lo veo.