Esa rimilla que podía ser una canción infantil y sin embargo era el terror de mi infancia. Esta frase era puro misterio. ¿Cómo sería el final? Siempre quedaba inconclusa porque había que ser un niño muy tonto para preguntarle a tu madre cómo terminaba. Pero que muy tonto. Uno se lo podía imaginar perfectamente gracias a sus sutiles pistas: sus ojos teñidos de ira, sus cejas apuntándote como si fueran a lanzar un proyectil, la vena que le surcaba la frente… Las típicas pistas de: nena cállate y, si el pánico te deja, corre.
Cuándo lo utilizaba:
Cuando le había sacado de quicio. Es decir, con bastante frecuencia. Un ejemplo práctico. El día de mi comunión. Yo con mi vestido de princesa, feliz. Por primera vez me había librado de los disfraces de doña Rogelia, judío ortodoxo, de basura… Por fin era una niña princesa, pero… En mi vida siempre ha habido un pero y éste era que mi hermana tenía que usar 4 años después el mismo vestido para su comunión:
- Nena, ¿tú sabes lo que vale ese vestido? Ni el mío de novia valía tanto. Así que lo cuidas bien, te lo pones para la ceremonia, y después de las fotos, te cambiamos por uno que me ha dejado tu tía que es muy mono, con un babero, y que está casi nuevo.
- Mami, pero es que ese es un vestido normal normal, y yo quiero ir de princesa para siempre. Ya no me voy a quitar éste nunca más en mi vida.
- De eso nada, que tiene que durar para tu hermana y para tu prima también. Y luego a guardar, que vale un dineral. Y no quiero oír una palabra más.
El caso es que el día D, mi madre estaba tan nerviosa atendiendo a todo el mundo que se dejó el plan B en casa y se llevó un gran disgusto. Aunque yo conseguí aumentarle el disgusto un poco más. Así era yo, una niña entregada. Ahora que fue un disgusto boomerang, vamos, que me vino de vuelta.
- Nena, te quedas en tu sitio sentada toda la comida, y ponte bien de servilletas, que siempre te manchas, que no sé si tienes un labio roto o qué, y no cruces los brazos que se arruga el vestido.
- Jo mami pero es un rollo, yo quiero estrenar los patines.
- ¿Rollo? ¿Qué crees que va a pensar el niño dios si el día de tu comunión me desobedeces? Ay… que paciencia. Te quedas ahí quieta y que yo te vea. Y siéntate recta que no eres un mono.
Se ve que por la adrenalina del día, es decir, porque me habían regalado una bici, un organillo, una tele (sí, la primera tele que entró en mi casa), un reloj, una muñeca y unos patines, yo pensé: “¿Qué puede pasar? Si solo voy a probarme los patines un poquito, luego me los quito y nadie se va a enterar”. Esa soy yo, una niña llena de optimismo. El caso es que en uno de los viajes al baño, me escapé, me puse los patines y pensé: “¿Qué va a pasar porque baje esa cuestita tan pequeña? Si solo la bajo, me los quito y los devuelvo y aquí nadie se entera de nada”. Esa soy yo otra vez, una niña imbécil. Lo que pasó es que me empotré contra una columna y al intentar frenar enganché el bajo del vestido con el freno del patín. Lo que pasó después es que empecé a sangrar y mi primo Miguelito (el chivato de mi primo Miguelito) fue corriendo a decirle a mi madre lo que había pasado. Lo que pasó justo después de que mi primo Miguelito y yo rompiéramos relaciones para siempre, fue que mi madre me agarró de un brazo mientras yo comenzaba a llorar y me llevó al baño a limpiarme la sangre. Y cuando traté de explicarle lo que había pasado:
- No me, no me, que te, que te.
Y oye, la niña imbécil que habitaba en mí lo entendió perfectamente.
Consecuencias del consejo:
Pues las rimas tontas me ponen alerta. También me pasa con las adivinanzas. Oigo: “Oro parece, plata no es” y yo me tenso: “¿Dónde está el truco? Ahora es cuando me llevo un sopapo. Seguro que llega. Tiene que llegar”.
Segunda consecuencia: mi hermana hizo la comunión con un vestido por encima de los tobillos. Mi madre le cortó todo el trozo roto y le hizo un dobladillo. Incluso le insistía por las noches en que no creciera mucho, que ya habría tiempo decía. Estaba más graciosa... El vestido le hacía un efecto campana para verlo. Me encantaría enseñaros la foto, pero me ha dicho que rompemos relaciones como la publique.
Mi prima, sin embargo, creció demasiado y no pudo reutilizarlo. Así que mi madre me descontó de la paga durante años parte de su vestido. Que tampoco es que yo lo notara porque como de mi paga también salía el dinero para el espejo del baño que había roto, para la colcha de ganchillo que quemé sin querer, para la muñeca de mi hermana a la que arranqué la cabeza, para el jarrón que rompí en una tienda… Vamos, que hasta los 17 años que saldé mis deudas, no recibí paga.
Cuarta consecuencia: a mí tener una hipoteca no me agobia, como que estoy acostumbrada.
Excepciones para utilizarlo:
Futuros hijos míos, lo siento. Cuando eres madre se ve que te da por decir esa rima: "no me, no me, que te, que te…" Viene con el cargo de madre junto con otras frases mágicas que nadie entiende como: “¿Qué hay de comer? “Comida”, “¿Te crees que la policía es tonta?”, o “Mamá me aburro” “Pues cómprate un burro”. Creo que lo llaman el enigma de la maternidad… ¡Ah y también! "Manga a la sisa", que debe forma parte del esperanto de las madres, porque jamás se lo he oído decir a nadie que no tuviera hijos.