Esta semana me han cambiado de trabajo. En mi anterior departamento la gente llevaba ropa puesta. Ya está. En el de ahora se visten: mucho, muy variado, y muy estiloso. Vamos, muy poco yo. Yo tengo 3 botas, un par de zapatos y unos 7 vestidos por temporada, uno para cada día de la semana y alguno con agujeros. También lo que tengo es algo de daltonismo según mi madre, que no me ayuda mucho a encajar en la definición de estilosa. Así que cuando le expliqué el cambio de puesto, ella no me aconsejó prudencia con mis jefes, generosidad con mis compañeros, y eficacia, no. Ella fue a lo importante:
- Nena, tú llegas puntual, bien peinada y bien planchada, nena, sobre todo eso, que nos conocemos.
Para que os hagáis una idea si mi madre pilla al diseñador que dijo eso de “la arruga es bella”, le plancha la cara a bolsazos.
- ¡Pero qué tontería es esa! Nos estamos convirtiendo en unos vagos. Eso es lo que pasa. Y un poco sucios también. Lo más importante en la vida es tener pinta de aseada.
- Mamá pero yo me ducho todos los días.
- ¡Hombre solo faltaba! Es que tienes unas cosas. Es que si me entero yo de que no te duchas… No me hagas pensarlo, no me hagas pensarlo. Hazme caso nena, no solo hay que ser aseada sino parecerlo. Y tú con ese pelo encrespado, pues ya lo tienes más difícil. Que te lo digo yo. Y las rubias se pueden permitir llevar flequillo pero ¿tú? ¡tú solo puedes llevar coleta! Que te lo tengo dicho. O cortico, a lo chico, como cuando eras pequeña. Bien retiradico de la cara. Anda que no estabas mona ni nada, y con una pinta de limpia que daba gusto verte.
- Pero qué culpa tengo yo de ser morena…
- Ninguna nena, ni yo tampoco. Nos viene de serie. Pero mira yo me puse una diadema y hasta hoy. Que yo no sé porque tú hermana y tú le tenéis tanta tiña a las diademas, con lo cómodas que son. Y te queda todo el pelo colocado. No como ese matojo que llevas tú en la cabeza. Que no te peinas. Tiene que ser eso. Porque hay peluqueras que se tiran horas para conseguir la mitad de volumen en un cardado que lo que llevas tú.
- Mamá…
- Ni mamá, ni ocho cuartos. Y te planchas la ropa. Toda nena. ¿Me estás oyendo? Que me estoy acordando del día que te pillé que solo te habías planchado los cuellos de la camisa…
- ¿Ya estamos otra vez con eso? Que llevaba un jersey y no se veía.
- Calla, calla, calla. ¿Y si te pasa algo, que tú eres muy de lipotimia, y te quitan el jersey en tu primer día de trabajo y vas hecha una sucia? Nena, se plancha todo, también lo que no se ve. Sí, las bragas también. Que nunca se sabe. Y nada de trasnochar. Te me vas ahora mismo a la cama para rendir mañana. Que no está el trabajo como para perder uno. Ya me has oído.
Consecuencias del consejo:
Primera consecuencia: yo tenía una imagen un pelín distorsionada de mí. Creía que era afro. Luego descubrí que eso era un pelín exagerado cuando le dije a mi peluquera brasileña negra de pelo ensortijado: “Nosotras es que sufrimos mucho para alisarnos”. Y ella con esa gracia brasileña que, bueno, que no me hizo ninguna gracia me dijo: “Niña, tú lo que tienes es mucho pelo, fosco, grueso y rebelde. El mío solo es rizado”.
Segunda consecuencia: cambio radical de peluquería y una ligera aversión por la bossa nova.
En la adolescencia soporté la toga. Aquello que te ponías todo el pelo para un lado y la toalla como turbante, y luego al contrario. Que imagino que a las niñas que tiene el pelo finito les iría bien pero, en mi caso, me tiraba horas con aquello puesto porque yo tengo el pelo de tres personas. Dios es así, tanto calvo y yo tan sobrada.
Tercera consecuencia: con el peso de aquella toalla empapada viví años con tortícolis. Ahora digo tortícolis porque soy una persona adulta y con conocimiento, pero hasta cinco minutos que he buscado en google, yo decía torticulis, con u. ¡Qué cosas! Que ignorante puede ser la gente, no como yo.
Luego llegaron las planchas, ay, las planchas. A cambio llevabas el pelo electrificado que ibas enciendo las farolas a tu paso pero, oye, liso como una tabla.
Cuarta consecuencia: me pasé mi primer día en el trabajo estirándome el vestido y el pelo compulsivamente. Creo que mis compañeras se piensan que estoy en algún programa de adaptación social en el trabajo.
Excepciones para utilizarlo:
Futuros hijos míos, solo os digo una cosa: que tengáis el pelo liso, por dios, que tengáis el pelo liso.