martes, 24 de enero de 2012

96. Es que vas sin mirar, nena.

El rincón de los libros olvidados
Que levante la mano quien no haya oído esto en su infancia. ¡Venga ya! Bajad esas manos, mentirosos. Todo el mundo ha oído esto. Pero lo peor no es oírlo, no. Lo peor es el momento en que te lo decían. Justo después de haberte metido una leche. Y, normalmente, acompañado de un ¿pero no lo has visto?

De verdad. Esta frase debería desaparecer del lenguaje. ¿En serio que si alguien lo hubiera visto se hubiera empotrado contra ese radiador? Pues claro que no lo has visto. ¡Coño! Que estás sangrando y sangrar a propósito, pues nunca entra dentro de tus planes.


Cuándo lo utiliza:
Pues eso, siempre después de un golpe. El otro día mismamente: el 31 de diciembre de 2011 a las 9 de la noche. Temperatura exterior menos 2 grados, humedad al 80%, bancos de niebla intermitentes. Hemisferio norte. Meridiano de Greenwich.

La escena va así: el coche familiar, que tiene el mismo volumen que cuatro como el mío y era la tercera vez que lo conducía yo. Primera desaparcando.
Dentro de él: mi hermana, mi novio, y yo al volante.
Fuera: mi madre, mi prima, su hijo bebé, y mi tía, todos dirigiendo la operación.
Lo sé, aquel plan fallaba desde la base. La calle cortada a la derecha por la San Silvestre, y yo teniendo que dar la vuelta en una calle de pueblo con pivotes a los lados de la acera. Vamos, que era una misión para Fernando Alonso. Y, eso, si el tío es pacientoso con las críticas.
Mi tía en zapatillas de casa negociando con un policía municipal para que nos dejara pasar porque no llegábamos a la cena de nochevieja. Mi madre gritando: “Derechaaa, izquierdaaa, tuerce, tuerce, tuerce, yaaaaa”. Que el sargento de hierro al su lado, una nenaza. Mi prima con el niño en brazos animándome con la mirada. Dentro del coche también oía: “Izquierdaaa, derechaaa, tuerce, tuerce, tuerce”. Pero nunca a la vez que las órdenes exteriores.

Y se precipitan los acontecimientos: el municipal insolidario diciendo que no me dejaba pasar (que ya nos veremos las caras, bonito, al tiempo). Mi tía corriendo y gritando por la calle. Yo pensando: aún tenemos que ir a urgencias con ella y a ver quién sale de esta calle a toda leche. Mi madre con un movimiento corporal tipo biodanza pero biodanza de la muerte. Y yo sudando en un pueblo que no pasa de 10 grados en agosto. Y entonces sí, con el coche cruzado en mitad de la calle, llega el artista invitado: el gilipollas de la bocina que no ve que la calle está cortada 20 metros más adelante. Y ahí, sí, yo ya pierdo los nervios y las distancias, y le meto con los bajos del coche a un escalón. Pequeña concreción: a la parte de debajo de los bajos, es decir, al protector. Lo raspo ligeramente. Se hace un silencio sepulcral en el interior del coche, rollo funeral, vamos. Mi prima protege al bebé y oigo un grito desde fuera, desde fuera, o desde las mismas entrañas de la tierra:

- ¿¿¿¿¿¿¡¡¡¡¡Pero es que no lo has vistooooo????!!!!!? Es que vas sin mirar, vas sin mirar. Te he dicho izquierda. Clarísimo lo he dicho.

Y apunto estaba de empotrar el coche a propósito mientras le gritaba a mi hermana que no sé qué me decía de cómo salir de allí, cuándo me acordé de una imagen de mi padre: hace muchos años, en mitad de una carretera mal iluminada arrastrando hacia la cuneta el contenedor contra el que nos habíamos chocado, mientras gritaba: “¿¿¡¡Pero tú crees que si lo hubiera visto me empotro en él??!! ¿En qué cabeza cabe? ¡Por supuesto que no lo he visto! ¡Verlo implica intentar esquivarlo!”. Y mi padre nunca gritaba, ni decía tacos, y creo que le vi perder los papeles 3 veces en su vida, contando el “momento contenedor”. Y me entró una tristeza tan grande, que se pasaron las ganas de empotrar nada.

Consecuencias de la frase:
Entre la tristeza, el cabreo, la tensión y probablemente el sudor en las manos, al aparcar en casa de mi tío le di al coche de atrás. Eso sí, nadie dijo ni mu. Le di las llaves a mi hermana y le dije:
- Todo tuyo. ¿Dónde esta el vino?

Excepciones para utilizarlo:
Ninguna. Tengo bien claro que el golpe que te das es más que suficiente, aún con más motivo, si sangras. Y también que, con toda la adrenalina que tienes en un momento así, lo peor que alguien puede decirte es: ¿es que no lo has visto? Pues claro que no, verlo implica intentar esquivarlo…

lunes, 9 de enero de 2012

95. Vete a saber qué te dan por ahí, nena.

Carlitos y mi mini Dian Seis
Ayer llegué de pasar unas navidades que este año en mi casa han parecido durar 8 años. Andábamos las tres tachando días en el calendario y aquello no avanzaba. Pero sobrevivimos.

El caso es que llegué yo y mi coche, y dentro de mi coche había: una lata de pimentón, dos chistorras (campeonas 8 veces), un queso de Idiazábal (solo una vez campeón, pobre), turrón, chocolate y membrillo de Confitería Donezar, un bote de avellanas de la huerta de mi tío, jamón serrano, foie súper campeón, pimientos del piquillo de la huerta de un amigo, espárragos, dos tuppers con pollo encebollado, gulas, croquetas caseras, una lechuga, vainas, una barca de caquis, tomates cherry de la huerta de mi vecino, caldo de pollo Anetto, ajos, un par de trozos de rosco de reyes, Actimel, y una flor de pascua. También llegaron mis regalos de reyes: una bandeja para apoyar el portátil, un abrigo, unas katiuskas, una pulsera, un bolso, un cenicero, un juego de cuencos, una mantelería, un juego de tazas para el café, un boli, una caja fuerte, unas zapatillas masajeadoras, una manta, una colonia, y un Dian Seis en miniatura. Y por último llegó mi maleta y, luego, ya iba yo con ciática.

Como aclaración: yo no vivo en el fin del mundo. En Madrid, hay supermercados donde venden comida. Y dentro de 15 días vuelvo a ver a mi madre. Pero esto ella no lo entiende.

Cuándo utilizó la frase:
Ayer, intentando meter los bolsos en mi coche en plan tetris. Yo no entendía qué era todo aquello y le iba preguntando:

- Y esta bolsa ¿qué es?
- Es chistorra…- esta es mi madre.
- Son dos chistorras mamá.
- Pues sí nena, pero no son dos chistorras cualquiera, son chistorras campeonas. ¡Ocho veces han ganado el premio a la mejor chistorra! De esas no hay en Madrid. Las he comprado en la carnicería del pueblo. Y allí están todos los trofeos colgados de la pared.
- ¿Y esto?
- Uy, eso es una lechuga riquísima. Rizadita, y no esa iceberg que dan en Madrid que no tendrá ni vitaminas ni nada, con lo tiesa que es. Y no tuerzas el morro.
- Mamá esto son vainas- le digo abriendo una bolsa camuflada debajo de la lechuga y un queso.
- Pues sí, nena, y ni se te ocurra tirarlas, que están tiernas, tiernas y se deshacen en la boca. Ni masticarlas hace falta. Y el queso también es campeón.
- ¿Y este membrillo?
- Uy, nena, este membrillo es el mejor del mundo. Que lo hacen en Confitería Donezar a mano, como Dios manda, ni conservantes ni nada, que te va estupendo con el queso Idiazabal. Y también te he metido algo de chocolate casero, para que no te den desmayos que tienen uno con avellanas de verdad, de esas que saben a avellana y no a arena. Porque yo no entiendo que les hacen a los avellanos ahora para que sean igual que chupar una piedra. Bueno y también llevas un poquito de turrón de mantequilla, que eso te va muy bien para que no me pierdas kilos. Y dos trozos de roscón de reyes, que me lo hacen por encargo y llevan nata de verdad, también, con su sabor a nata. Que ahora compras un bollo y total para que lleven aire blanco dentro.
- ¡Mamá! ¡Una barca de caquis! Pero si con eso puede comer una familia numerosa un mes.
- Anda, anda, si están jugosos que eso ni llena ni nada. Son de la huerta de Joaquín el vecino, que no tienen ni fertilizantes ni nada y aguantan un montón. Además la fruta va bien para todo.
- ¿Y este Actimel también es campeón?
- Menos chistes, nena, te tomas uno por la mañana que eso te da fuerzas y te quita de los catarros.
- Mamá, en Madrid venden Actimel, y caldo de pollo, y queso, chistorras, caquis… Probablemente vendan más cosas que aquí.
- De eso nada. Que tú te crees cualquier cosa. Me vas a comparar ese chocolate casero de Donezar con cualquiera que te vendan en el supermercado. Que a mí que mas me da que sea suizo si sabe a cartón. O ese queso de Idiazabal, que alimenta con olerlo. Vete tú a saber qué te dan por ahí. Y te he puesto pollo encebollado, que te lo calientas y ya tienes comida para tres días. Ala, y deja de dar la lata, que se te va a hacer de noche. Conduce despacio y por tu derecha. Y me llamas cuando llegues. ¿Me estás oyendo?

Yo ya no oigo nada porque me he metido en el coche y dentro huele a mercado, a campo, a bollos recién hechos, y huele a mi madre y a todas sus ganas de cuidarme como si me tuviera al lado. Y entonces tengo que respirar hondo para que no se me salten las lágrimas mientras ella me dice adiós llorando a moco tendido. Con hipo, como se debe llorar.

En 15 días montamos la misma película. Hasta que yo no giro en la curva del parking, la veo en el espejo retrovisor moviendo la mano, despidiéndose, mientras hipa, y justo en ese momento, hace el gesto de que le llame por teléfono "Todas las veces que pares, nena, que ya sabes que yo no descando hasta que me llamas. Y a ver si la próxima vez, vienes en tren. Con lo cómodo que es y la manía que te ha dado con venir en coche. Yo te lo pago". Que digo yo que necesitaría un tren de mercancías porque dudo que me dejen subir toda la carga maternal que arrastro. Y justo al girar la curva del parking, me inflo a llorar. Esto del drama se pega un poco, las cosas como son.

Consecuencias:
Ligera percepción de que Madrid es una ciudad despoblada, sin sistemas eficaces de abastecimiento.
Segunda consecuencia: la comida que no es campeona no tiene encanto para mí. La como sin ilusión.
Tercera: incredulidad por parte del carnicero del Ahorramás cuando le pregunté: ¿Pero este queso es campeón?
Cuarta: Una vez me paró la Guardia Civil y, por no registrar mi coche, me dejaron seguir.
Quinta consecuencia: cierta sensación de ser una exiliada que se va de su país para años pero cada 15 días. Esto a su vez provoca como una nostalgia perpetua bastante complicada de explicar.
Sexta consecuencia: tengo dos frigos. Y, en este momento, algo de empacho de chocolate.

Excepciones para utilizarlo con mis posibles futuros hijos:
Hijos, ojalá vuestra abuela nos siga haciendo ese pollo encebollado porque como tenga que aprender yo a flambearlo, probablemente lo que necesitemos sea una nueva cocina.

PD Anda que no mola mi Dian Seis en miniatura  nuevo ¿Y mi gato? Bueno, según mi madre mi gato no mola nada. Es más, al decirle que yo tenía uno, dijo del tirón: “no hay animal que más asco me dé en el mundo que los gatos”. Para mí, que los gatos empezaron a darle asco justo en ese momento.