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Solo recortables |
Os cuento qué he estado haciendo los últimos fines de semana de mi vida. Yo odio de ir de compras. Y lo segundo que más odio es probarme ropa. Ya sabéis que lo primero que más odio son las vainas. Pues creo que me he probado más de 100 vestidos en las últimas semanas, igual me quedo corta y han sido 200. Tenemos una boda en breve, en realidad es LA BODA. Se nos casa la mini nena, mi pequeña voladora de cojines y teníamos pendiente la compra de mi vestido. Yo creo que fue más fácil elegir la carrera que este jodido vestido.
Como me separan 400 kilómetros de mi drama mamá, la tecnología ha venido a facilitarnos la tarea. O no, según se mire, también puede que la tecnología haya venido a joderme a mí la vida por completo. Puede ser. El caso es que para que mi drama mamá diera el visto bueno a mi vestido, iba de tiendas, me sacaba fotos en el probador, y luego por whatsapp, se las mandaba a mi hermana que se las enseñaba a ella. Así más de 100 veces.
Esto me ha granjeado pequeñas amistades con muchas dependientas de Madrid. Con alguna puede que quede a tomar un café, después de que la muchacha me sacara 12 fotos de 12 vestidos, y tuviera que volver una segunda vez porque, según mi madre, el vestido más bonito había salido borroso, y era una pena. El caso es que he descubierto que los vestidos, además de largos, cortos y de palabra de honor, pueden ser:
- De fulana. “Con lentejuelas no, nena que son de fulana, a ver qué van a pensar los invitados”.
- Demasiado cortos. “Como camiseta aún pero ¿eso un vestido? No me hagas reír, nena, no me hagas reír”.
- Demasiado largos. “Alé, ya tenemos a la princesa frustrada de tu interior. Y si quieres te compramos unos zapatos de cristal y una carroza. Por favor nena, que es una boda, no una fiesta en Disney”.
- Demasiado rojos. “A ver, ¿cuántas veces te he dicho que siendo tan morena el rojo hay que dosificarlo? Que hay que ser muy fina para aguantar tanto rojo. Tú, como mucho, en un broche”.
- Muy hippys. “¿Pero tú te crees que esta es la boda de Potxolo? Que estamos en el norte y tú Ibiza ni lo conoces”.
- Muy paletos. “¿Pero se puede saber de qué tienda es ese vestido? ¿De los saldos de “La madrina más hortera”? No quiero ni verlo”.
- Horriblemente paletos. “Es que ni voy a comentar ese. Por dios, si brillas más que una bola de discoteca. Vas a parecer una iluminada en todas las fotos. Lo bueno es que el fotógrafo no necesitará flash. Con la luz que desprendes nos vale”.
- Cutres. “Eso es de ganchillo, nena, eso no es puntilla. Y el ganchillo es para los ponchos, o para cantar en un grupo peruano, no para un vestido de boda”.
- Infantiles. “Eso no es una capa, es un babero”.
- Para súper héroes “Hombre, si quieres ir de Batman, esa capa está bien. Es el vestido perfecto para que salgas volando cuando termine el baile. Bueno, por lo menos nos ahorraremos el taxi de vuelta”.
- De un color equivocado. “Lo llaman color coral para que quede sofisticado, pero el coral es en realidad el quisquilla de toda la vida, y no combina con nada. A tu lado Agatha Ruiz de la Prada iría discreta”.
Así que, después de este cansado proceso de adjetivado, mi madre me llama un día y me sugiere lo más increíble que me ha propuesto nunca:
- Nena, que he hablado con Maricristi (una gran amiga de mi madre que vive en Madrid) y hemos decidido que te va a acompañar de compras.
- ¿Pero qué estás diciendo?
- Pues eso, que va contigo. Nena, que tú ves una gasa y ya te piensas que es una seda. Y no quiero que vayas hecha un fantoche, que es un día importante, y ahí quedan las fotos para siempre.
- ¿Pero qué dices mamá? ¿Te has vuelto loca? ¿Te parece normal que me mandes con carabina a comprarme un vestido con 33 años? ¡De eso nada!
- ¿Y a ti te parece normal que te hayas llegado siquiera a probar ese vestido color verde sucio con los hombros dorados que parece un disfraz de pilingui de los 80? ¡Y con esa tela! Que no llevaba ni dobladillo ni nada. Y encima dices que no te disgustaba. ¡Eso sí que no es normal! Que tienes el gusto atrofiado. Yo creo que es por culpa de los campamentos, la verdad. Que te educaste el gusto con esos hippys, porque desde luego a mí no me habrás visto con uno de esos pingos. Nena, un buen adamascado de piqué, y manga a la sisa. Algo bueno, de una tela dura, que te equilibre un poco esas piernas de ave zancuda que tienes. Eso necesitas tú. Bueno, y alejarte de los ponchos y las capas, que yo creo que tú confundes una boda con una fiesta de disfraces.
La verdad que igual necesitaba un adamascado de esos pero como no tengo ni idea de lo que es, pues me compré un vestido muy normalito, bastante recto, hasta la rodilla, sin adornos, ni escotes, con un volante alrededor de los hombros y ya. Eso sí, me lo compré sin mandarle foto por whastapp porque me di cuenta de que jamás iba a darle el ok a ninguno. Una vez pagado, le mandé la foto y entonces descubrí una nueva tipología de vestidos: los vestidos que le quitan las ganas de vivir a mi madre. Ajá, así mismo, nada dramático.
Resultado final:
Tengo dos vestidos. En un primer momento me hice la fuerte y me atrincheré. En plan: no me pienso comprar otro y me da igual lo que diga ella. Pero no, no tengo tanto aguante. Después de 3 días casi sin hablarme. Dos días de indirectas acerca de mis capacidades visuales y sociales. Otros dos días de acoso y derribo y un día de me quitas las ganas de vivir, me compré otro vestido. Éste no nos vuelve locas a ninguna de las dos pero tampoco le quita las ganas de vivir a ninguna. Eso sí, al día siguiente de la boda me van a ingresar por pulmonía. Debe ser la única vez que a mi madre no le importa que me coja un catarro. Porque para el día D, la previsión meteorológica es de 6 grados. Y voy de seda, sin mangas…
Ahora nos queda el peinado. A ver quién narices le explica que lo voy a llevar suelto… ¿Para qué que me engaño? Voy a llevar exactamente el recogido que quiere ella: “Subido por delante, con volumen, que tienes la cara muy redonda y bien retiradico de la cara, que te dé pinta de limpia, como debe ser. O bueno, con diadema, nena, lo que no soluciones una buena diadema…”.
¡Y yo no soy la novia! ¿Os imagináis lo que podría ser casarme un día? Yo me lo imagino perfectamente. Va a ser en Las Vegas y mi madre ni se va a enterar.