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Cuándo utiliza mi madre el consejo:
Cada vez que le digo que tengo una entrevista empieza:
- Y tú no ofendas a nadie. Con respeto siempre, que hablar es muy fácil y luego remediarlo muy complicado. Así que mejor, no hables mucho. Ay ¡por dios! Y dices que sales en el programa de Ana Rosa… ¡Pero si eso lo dan en todos lados! Por favor, nena, no hables mucho, que hablen ellos. Tú sonríe, que una sonrisa siempre es resultona. Y calladica, aunque parezcas tonta. Mejor eso, que hablar de más. ¡Ay! A ver si esto se termina pronto que yo estoy negra.
Por eso tengo esa cara de panoli, en realidad, estoy tratando de no faltar. En realidad no soy nada simpática, es miedo a hablar de más, bueno y la colleja que me puedo llevar…
¿Pero de dónde viene todo este miedo de mi madre a que yo le ofenda a alguien?
Pues bueno, resulta que un día ¡uno! No dos, ¡solo uno! Cuando yo era pequeña, una inconsciente y cándida niña pequeña, vino un tío segundo a casa de visita con su mujer. Tenían un cochazo que yo no había visto en mi vida, con elevalunas eléctrico, que eso era magia en mi mente. Y tenía un ordenador de abordo, que sonaba muy moderno pero era como una pantalla de calculadora que decía la temperatura interior del coche. También tenía un móvil, que en realidad era tan grande que servía de apoya brazos. ¡Y sobre todo tenía aire acondicionado! Que eso era la magia total porque mi padre tenía un Dianséis azulón descuajeringado, y cuando me decían:
- Nena, pon el aire.
Pues la nena bajaba las ventanillas y sacaba de la bolsa del asiento dos abanicos. Lo hacía con ilusión porque era mi tarea en el coche. Lo malo es que duraba 5 minutos y el viaje a Benidorm unas 9 horas y media. Ya nos pareció el invento del siglo cuando sacaron unos miniventiladores a pilas, que podías llevarlos en el bolso. Teníamos cada uno el nuestro, y eso que no te despeinaban ni el flequillo, pero uno tenía como la ilusión del frescor, y en los 80, con eso nos bastaba. Bueno, por no mencionar lo divertido que era jugar a parar las hélices con el dedo. Divertido para nosotras porque mi madre vivía sin vivir en ella:
- ¡Vais a perder un dedo! ¡Estaos quietas ya! Que aún paramos en Teruel en urgencias, y eso de ir de tour por las urgencias no, nena, bastante tenemos con que en casa nos traten de tú.
- Pero mamá, si va muy flojito… Si se para al tocarlo.
- Hasta que no se pare y te arranque un dedo. Y a ver cómo te atas los cordones con 9 dedos.
- Pues me pones zapatillas de velcro que Martita tiene unas súper chulas…
- ¡Habrase visto la respondona! ¡Tú vas descalza como pierdas un dedo! ¿Me oyes? De peregrinación te mando a Roma descalza, por lista.
- ¿Roma está más lejos que Benidorm?
- Mucho más lejos.
- ¿Cómo cuanto?
- Como ir y volver 20 veces.
- ¿Y para Benidorm queda mucho?
- No empecemos ¿eh? Acabamos de salir. No empecemos que tenemos todavía 9 horas de viaje y como me canses te dejo en el arcén y que te recojan los del circo. Así podrás meter los dedos en todos los ventiladores que quieras.
Y en aquel Dianseis, que descubrí hace poco que en realidad se llamaba Diane 6, íbamos a Benidorm. Nosotros cuatro y mis dos primas, en un estudiado sistema de aprovechamiento del espacio, que incluía una niña durmiendo en el suelo. Me gustaría ver a Calatrava metiendo todo lo que nosotros metíamos en aquel coche. Tampoco era tan peligroso porque no debía pasar de 40 por hora. Y ahora somos unas sufridoras que nos metes en un vuelo a China, y ni lo notamos. Echamos de menos el bocata de tortilla de patata a medio camino, eso sí. Y la meada cronometrada en El Milagro de Teruel. En un vuelo a China puedes mear al gusto, ¡eso es un lujo!
El caso es que vino ese tío segundo de visita a casa y me empezó a chulear de coche al ver como mis ojos hacían chiribitas (esta palabra tengo que usarla más: chiribitas!): “Que si mi coche tiene cierre centralizado y en el de tu padre no funcionan dos puertas, que si mi coche tiene asientos de cuero y el de tu padre fundas de pelotillas de madera, que si el mío es descapotable y el de tu padre no, que si el mío coge 120 y de tu padre ni empujándolo con un tráiler”. Total, que se me ve que me estaba tocando las narices con tanto chulear y sobre todo, con tanto desprestigiar a mi padre, que le miré, miré el coche, miré a mi padre y le dije con mucha dignidad y aún más condescendencia:
- Pues sí, pero mi padre es bastante más alto que tú. Y eso es para siempre, no como el coche. – y sonreí con una de esas sonrisas que mi madre dice que son tan resultonas, aunque en aquel momento no se lo parecieron. ¿Qué cosas no?
Risitas nerviosas de adultos, algún pisotón, pellizquitos disimulados… Porque este tío segundo era muy bajito, muy muy bajito, y, por supuesto, no lo llevaba bien.
Excepciones para utilizarlo con mis posibles futuros hijos:
Pues hombre, está claro que no es cuestión de ofender, pero como alguien nos chulee por nuestro Civic golpeado, al que no le funciona el cierre centralizado, hijos míos, ¡a dar donde más duele! Que al menos tenemos aire acondicionado.
PD. Señores y señoras de Bilbao, gente maja, estaré este viernes 22 de junio en la Casa del Libro en Alameda de Urquijo número 9, desde las 18.00 hasta las 19.30 firmando mi libro. Estaré muy muy sonriente, por si se animan a pasar y prometo no faltar a nadie. Palabra mamá.