Soy un poco empanada. De una manera rara porque tengo una memoria bastante prodigiosa para acordarme de qué llevaba puesto con 5 años el primer día de cole y quién fue la niña que me dijo que no me daba un mordisco de bollicao con 7 años. Sí, bonita, me acuerdo perfectamente. Pero también estuve más de un año viviendo en la casa en la que vivo ahora, sin darme cuenta de que vivía en el segundo, y no en el tercero, como yo creía. Un año para descubrir que no había cero en mi ascensor, por lo que el bajo es el primero y sí, yo vivo en el segundo… Es más, salí a la ventana a contar los pisos por debajo de mí porque no daba crédito.
Normalmente cuando descubro cosas así, me tiro un rato en estado de shock. Estaba en el ascensor mirando los botones buscando el cero, quería salir a la calle en mi casa y de repente me sentía prisionera. ¿No hay cero? ¿Qué ha pasado? ¿Qué tipo de broma macabra es esta? Lo primero que pienso es que me lo han cambiado, y luego, cuando reflexiono pues me asusto un poco de mí misma. Constantemente digo cosas como: “Mira ese hotel, ¿eso no estaba ayer ahí no?”. Y mi novio me mira con cara de miedo, porque el hotel tiene grietas y una arquitectura de 1900. Pero es que muy difícil descubrir cosas que están ahí todos los días, y que tú justo las descubres. Yo lo llamo mi capacidad de abstracción, mi madre siempre lo ha llamado: “a veces no sé si eres de este planeta”. Mismo concepto, diferente manera de decirlo.
El caso es que el otro día, en una de esas empanadas mentales, perdí lo peor que se puede perder en la vida: a tu madre, tus tres tías y tú misma en Parla. Que parece un chiste, pero no, no tuvo ni puñetera gracia.
El fin de semana pasado vinieron de excursión a la capital dos hermanas de mi madre, una cuñada y mi madre. Solo comentar que cuando mi hermana las montó en el tren, me mandó una foto de ellas sentadas y un mensaje: “Ahí te mando a las chicas de oro, suerte”. Y pude oír sus carcajadas a 400 kilómetros de distancia.
Entre otros planes, las chicas de oro y yo teníamos una misión: ir a visitar a una tía segunda suya que vive en Mostoles el sábado. Yo ya intuía que ese viaje podía ser complicadito teniendo en cuenta que dos de mis tías, cuando voy a conducir, siempre me dicen que vaya por mi “derechica” y que coja las curvas “rectico”. Así que como táctica de desmotivación de la tropa, les hice meterse un cocido madrileño entre pecho y espalda, rezando para que les entrara modorra y no me llevaran los 25 kilómetros hasta Móstoles dándome indicaciones. Pero no funcionó. Se despertaron al tener que meterse las cuatro en mi Civic de tres puertas. Que mi madre y yo ya hemos decidido que es el último coche que tengo de tres puertas: “porque no hay persona humana que pueda subirse atrás con una falda sin hacerse daño en la riñonada, que si le pueden poner 5 puertas, no sé para que ponen dos, que ya son ganas de complicarse la vida”.
Bueno, el caso es que en esa situación, con las chicas de oro diciéndome que mi coche apesta a tabaco, que que bajos son los techos de los garajes madrileños, que que rápido va la gente, pues tuve una típica empanada de la nena y me dije: “A Móstoles se va por la A42”. Que yo no sé por qué mierda me dije eso, porque por la A42 se va a Toledo y yo vivo en un segundo. Pero os juro que cuando me di cuenta de que me había equivocado, hice tanta fuerza mental, que casi hago que esa carretera pasara por Móstoles. El caso es que íbamos en una alegre charla cuando yo empiezo a sospechar que es un poco raro que estemos en el kilómetro veinte y pico y ni un jodido cartel diga Móstoles. Pero me puse a disimular y a punto estuvimos de que ver el Alcázar, pero en Parla me dije: “Nena, tienes que confesar, que no va a haber manera de convencerles que han hecho un Alcázar en Móstoles”. Y confesé, bueno, casi:
- Pues no sé, yo creo que han cambiado los carteles porque juraría que por aquí había un desvío que hoy no está… Voy a poner el gps y en un periquete estamos.
La palabra periquete nunca ha tenido tan poco sentido. Por Dios, ¡Parla está a tomar por saco de Móstoles! El caso es que con esas palabras activé el GPS y el sistema de indicación más complicado del mundo: cuatro mujeres diciéndome una, “derecha”, otra, “izquierda”, otra “pregunta a alguien” y mi madre, “yo ya lo sabía, un día pierdes la cabeza”.
Ni siquiera el GPS decidió ayudarme y empezó a dar indicaciones sin sentido mientras mis tías me leían en alto todos los carteles que veían: Mercadona a 400 metros, Toledo, Aeropuerto, Grandes rebajas en Media Mark, Yo no soy tonto... Total que me puse a dar vueltas en una urbanización de chalets hasta que un señor salió del suyo, bajé la ventanilla, y creo que ha sido la comunicación mental más intensa que he tenido en mi vida.
- ¿Me podría decir donde está Móstoles?- dije yo, pero le miré fijamente, miré dentro del coche y mentalmente le dije: “Por dios, no les diga que estamos muy lejos, solo dígame como coger la M50 y punto”. El me miró, miró el coche con las chicas de oro embutidas dentro y dijo:
- Da la vuelta en aquella rotonda, coge a la A42 dirección Madrid, verás un desvío a la M50, la coges dirección Coruña, y en seguida ves el desvío de Móstoles- Y me sonrió pero yo le entendí perfectamente: “Muchacha, te has equivocado, pero por bastante, vuelve por donde has venido, y confío en que tengas suerte porque la vas a necesitar”.
Así es como las chicas de oro y yo conocimos Parla y a partir de ahora yo tengo mucho respeto por su educada e intuitiva población local. El caso es volvimos hacia atrás y no sé cómo cogí la M50 y, por fin, el dichoso cartel de Móstoles. Como unos 30 minutos después, y unas 20 frases de: “por aquí no es”,” ahí pone Córdoba”, “¿Nena tú sabes que nos gusta Andalucía pero que a donde queremos ir es a Móstoles no?”, cuatro Ikeas (que yo pensaba que en Madrid solo había tres) y siete Carrefours por fin: “Bienvenidos a Móstoles”. Y dice mi tía:
- Venga, nena, que ya hemos llegado, aparca aquí y ya vamos andando, que este cinturón me está ahogando.
- Tía, ahora hay que encontrar la casa. Móstoles es dos veces Pamplona…- dije con miedo.
- Por el amor de Dios, ¿pero dónde vive la tía? ¿en el fin del mundo?- yo creo que las tres de atrás, ya no les circulaba la sangre de lo prietas que iban.
Yo no sé si lo sabéis pero todas las casas de Móstoles son igual a la de mi tía abuela. Pero iguales, iguales… Vamos, que no había manera de situarse, pero por fin, la suerte vino a ayudarme, el GPS se ubicó en el mundo y yo con él, con un poco de paciencia, dos equivocaciones y cuatro gritos míos, porque ya estaba al límite de mis fuerzas, llegamos. Yo me metí directa al baño, para disfrutar del placer del silencio 10 minutillos… Y casi me pongo a llorar pensando que había que volver…
Varios besos después, bizcocho casero, tazones de café con leche, charla, abrazos, más besos, más café y medio bizcocho que me pusieron en tupper porque “a saber qué desayunas, nena”, las chicas de oro y yo nos fuimos hacia al coche. Me fumé un cigarro como si fuera a ser el último y, para adentro del Civic. No fue difícil, porque siempre es más fácil buscar carteles en los que ponga Madrid, así que no me perdí. Volvíamos tan tranquilas, felices, estábamos ya en los túneles de la M30, casi lo habíamos conseguido, cuando empiezo a ver que el tráfico está muy denso, que son las 9 de la noche de un sábado y que no es normal, y de repente un cartel que tuvieron a bien leerme las cuatro a las vez: “bypass cerrado, alternativa por la A4 o A42”. Y os juro que casi aparco allí mismo y cogemos en un taxi. Estuvimos completamente atascadas mientras mi madre decía:
- A mí estos túneles me dan claustrofobia, ¿por qué no te sales por ahí y ya buscamos tu casa?
- Mamá, ahí pone Villaverde, yo no tengo ni idea de cómo ir de ahí a mi casa. Mejor esperamos.- una de mis tías ayudando dijo:
- ¿Sabéis la cantidad de tierra que tenemos por encima de la cabeza? ¿Esto será seguro no?
- Segurísimo tía, ahora, vamos a estar en silencio vale. Por si acaso.
- ¿Por si acaso qué?
¡Por si necesito oír mis pensamientos! Dije mentalmente, claro, como para decirlo en alto. Ese día estaba cortada la Albufera por un partido, y la Castellana por una manifestación en el congreso, la M30 colapsada y se puso a llover. Ahí, el destino, poniéndomelo fácil. Con algo de paciencia, mucha por mi parte, todo hay que decirlo, salimos de allí y llegamos a mi casa y, bueno, solo por ver a las cuatro chicas de oro en mi salón, tomando otro café, charlando como siempre hemos hecho en el pueblo, mereció la pena. Eso sí, al día siguiente, miré la ruta que teníamos que hacer, un par de alternativas por si había atasco, me las imprimí por triplicado todas, las memoricé, y recé a San Cucufato, por si acaso.