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Yo no soy de ese tipo de personas a las que empezar un ciclo les sienta bien. Todo lo contrario. Yo me tiro como una loca a la lotería, al euromillón e incluso a la bonoloto, y a intentar hacer bien cosas que se me dan mal, por ejemplo, cocinar.
La lotería no me ha tocado y llevo un mes comiendo fatal. Realmente creo que esta semana he comido el peor puré de calabaza del mundo, es que no me salió ni de color naranja. Todavía no me lo explico.
Y luego, otra afición por la que me da en enero es por ponerme a punto en salud. Pero no es un impulso liberador, en plan: me lo quito de encima y ya está, estoy cumpliendo con mi obligación o es por mi bien. Es más bien algo que suena a: lunes dentista, martes ginecólogo, miércoles a nadar, jueves repaso de depilación con láser, y viernes análisis. Todo eso contando que salgo a las 6 currar. Vamos, un planazo.
La semana siguiente: lunes oculista, martes recoger resultados del ginecólogo, miércoles nadar, jueves reconstrucción de una muela, y viernes peluquería.
Sí, para mí, ir a la pelu es como ir al médico: voy poco y siempre salgo disgustada. Esta semana salí disgustada y con una melenita absurda. “¿Por qué?” os preguntaréis (o no, pero os lo voy a contar igual) pues porque en la cita del lunes con el oculista, me prohibió las lentillas durante dos meses. ¡Dos meses con gafas! Quitando que me hacen cara de panoli, que no me gustan y que quiero morder a todos los que me dicen que me da pinta de interesante… ¿Interesante? Nadie quiere parecer interesante, lo que quiere es parecer guapa, coño, que la gente es que no sabe animar. Encima de eso, veo poco.
Bueno, pues yo y mi cara de panoli fuimos a la pelu, con poca fe, la verdad. Y dije dos conceptos sencillos:
- Corta las puntas que me llegue para coleta y descárgame volumen.
Lo último que quiero yo en mi pelo es volumen. Mi madre siempre dice que tengo pelo para dos cabezas. Ondulado, grueso y seco. Pues éstas son las características que nublan la razón a todas las peluqueras del país, al menos, a todas a las que yo he ido.
Primero, paso por una serie de admiraciones tipo:
- Uy pues sí que tienes pelo- esto es porque siempre les aviso antes de empezar, para que tengan en cuenta que necesitan un rato más conmigo, como una hora de más.
- Le voy a llamar a mi compañera, es que tienes un pelazo. Mari, ven, mira que cantidad de pelo.- Viene Mari.
- ¡Que barbaridad! Además es fuerte.- dice Mari agarrando mi melena con pasión y admiración a partes iguales, bueno, y a veces mala leche porque menudos tirones me meten.
- Y encima grueso.- yo trato de aplacar tdda esa pasión:
- Sí, pero es muy difícil de llevarlo bien. Me cuesta horrores secarlo. Menos mal que al ser ondulado no me lo peino mucho, lo dejo secar al aire y ya está. Por eso necesito que me quitéis volumen.
- Mira, chica, siempre es mejor que sobre que no que falte.- dice la peluquera 1, que no me dijo su nombre y ni ganas que tengo de preguntárselo.
La Mari de turno se va y en ese momento yo siempre pienso que no es posible que todas las peluqueras del mundo monten el mismo número, que no creo que se lo enseñen en la academia, que va a ser verdad que mi madre tiene razón (mamá, no leas esto), que tengo pelo para dos cabezas, y también suelo pensar que hay cosas que es mejor que falten, pero me callo, sonrío y digo que sí al suavizante y a la mascarilla porque la peluquera 1 siempre sigue diciendo: “Uy pues con tanto pelo hay que darte bien de producto porque si no, te va a costar muchos tirones cepillarlo, y algo de mascarilla para que se nutra porque lo tienes apagado”.
Entonces solo pienso en concentrarme para cerrar la boca, porque lo único realmente bueno de ir a la pelu es el masaje mientras te lavan. Y a mi cara de panoli lo que le faltaba es estar allí medio tumbada, con esas batas espantosas y la boca abierta de placer.
Pero esta vez hubo una pequeña novedad en la estancia en la peluquería gracias al oculista del lunes (gracias señor oculista, de verdad). Pues resulta, nada, una pequeñez en la que no había pensado, una tontería sin importancia, resulta que no te pueden cortar el pelo con las gafas puestas porque se pegan con las patillas. Solícita, como soy yo y de poco reflexionar, me las quité pero, claro, con 5 dioptrías pues no me veía en el espejo. Tan solo dos manchas. La tipa cortaba y cortaba y cortaba. Yo trataba de arrugar el entrecejo, que allá por las 2 dioptrías servía para fijar un poco la vista, pero no había manera. Y la tipa cortaba más y hubo un momento en el que ya me animé:
- Oye, que estás cortando mucho ¿no?
- Es que tienes una barbaridad de pelo, solo estoy descargando. Ya vas a ver que liberación.
Yo me callé por no molestar, que a mí no me gusta molestar, bueno, y porque las peluqueras me dan casi tanto miedo como las depiladoras que, en cuanto te descuidas, te están regañando rollo mi madre: por no sanearte el pelo a menudo, por haberte pasado la cuchilla, y te dicen cosas ¿pero y tu novio no te dice nada? No señora, pero mi madre me tiene frita, me dan ganas decirle, pero me quedo callada y no molesto.
Así, sin molestar ni un poco, seguí hasta que terminó y me puse las gafas. Casi lloro. Me fui sin peinar ni nada, con todo el pelo mojado, que estamos en enero, a dos graditos. Pero no podía ni pensar. A mi cara de panoli con gafas recién estrenada, se había sumado una melena por la mandíbula, a capas, que produce un volumen de diez cabezas y una especie de greñas por la parte de detrás que la peluquera no paraba de repetir:
- ¿Ves? Estos pelos son solo tres centímetros más cortos que los que tú traíais. Solo te he quitado peso en el resto.
- Ya, pero es que son tres mechones sueltos ¿Y el resto? Esto no me llega para coleta. ¡Me voy a tener que peinar todos los días!
- Que no hombre, te das espuma y te queda rizadito, levantado, despeinado, como un poco africano. Y tiene un toque muy moderno.
Entonces lo vi, vi a mi madre juntando esas tres palabras en una frase: moderno, despeinado y africano. Y me morí por dentro y a punto estuve de matar por fuera a la peluquera número 1, pero como soy una cagueta me fui con el pelo empapado y las gafas empañadas.
Llegué a mi casa e hice lo peor que se puede hacer: me corté los tres mechones. Ahora tengo una melena de panoli africana, despeinada, moderna y asimétrica. Porque me ha quedado más largo el lado izquierdo. He intentado igualarlo pero cada vez que lo hago, solo consigo tener que recortar el otro y la melena tiene pinta de convertirse en estilo garçon como le meta una tijera más.
Bueno, pues para terminar este fantástico mes en el que el dentista me ha dicho que tengo que hacerme un aparato para la bruxismo porque tengo los dientes del tamaño de un hámster, el médico me ha dicho que tengo el colesterol alto y que debería comer más vainas, el oculista me ha puesto gafas, y he ido al ginecólogo, que ya solo ir, sin que te diga nada malo, es desagradable, para rematar, voy este fin de semana a casa de mi madre.
Ya la estoy viendo cuando le cuente la explicación de por qué he dejado que me hagan el corte de pelo con menos sentido y estructura de mi vida: “Nena, eso te pasa por llevar siempre esos pelos. Les das ideas antes de tiempo. Llegas a la peluquería, y en vez de hacerte algo finito, peinadito, recto, pues se animan y te hacen esa modernez. Si es que siempre estamos igual, al mar, agua. Así nos va”.
Por dios, que ganitas de que llegue febrero.