Mi incapacidad para cocinar algo comestible se veía venir. Yo apuntaba maneras desde pequeña. La primera vez que cociné en mi vida tenía quince años. Mi madre y mi abuela habían intentado enseñarme en numerosas ocasiones, pero nunca presté atención. A los quince, mis padres me mandaron a Inglaterra a estudiar inglés. Y como nosotros somos muy majos y vamos haciendo España allá por donde vamos, me mandaron con pimientos del piquillo y espárragos de Navarra. «Que a saber qué come esa gente, que ni siquiera conducen por el mismo lado. Y una hija mía no va a pasar hambre. Eso sí que no.» Vamos, lo típico.
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Llegamos a aquella casa enorme mis pimientos, mis espárragos y yo, y allí nos esperaba una Torre de Babel culinaria. Los dueños eran un turco y una india con dos hijos nacidos en Inglaterra. En la habitación junto a la mía había un brasileño, en la otra una italiana, y en la planta de abajo, una familia de rusos (los dos padres y una hija). Todos estudiábamos inglés y, por las noches, la amable pareja de anfitriones propuso una costumbre que casi acaba con todos: cena por países. Cada día, una nacionalidad cocinaba un plato típico. Me cagué en todo porque mis padres me tenían que haber echado un chorizo, y una chistorra, y jamón, y un queso... Cualquier cosa que ya estuviera cocinada, que en mi tercer turno ya no tenía nada que hacer, y quien dice hacer, dice sacar de una lata.
Mi primera noche fue un éxito, los espárragos triunfaron en nuestra pequeña ONU. Competían con la sopa más surrealista que he probado nunca. Los rusos hacían una especie de caldo que se teñía de rojo por la carne medio cruda que le echaban, luego te daban un bote de nata montada que tenías que echar por encima, y como toque final, un poco de ajo crudo troceado. Y todo eso en un país en el que no ponen pan para poder tragar mejor. No me he tragado tanta arcada en mi vida. ¡Por Dios! Lo que hay que hacer para ser educada. Así que mis espárragos triunfaron. La pobre italiana me miraba con lágrimas en los ojos al probarlos.
El segundo día, me lo salvaron los pimientos del piquillo que compitieron duramente con unos macarrones al pesto, pero los rusos acabaron sacándoles fotos. De postre, el dueño de la casa, que era de Estambul, nos hizo un yogur al que había que echarle pepino por encima. Una marranada, pero después de aquella sopa me pareció maná divino.
Y llegó el tercer día. Tiramos de Europa 15, que era la tarifa internacional que nos permitía hablar todos los días quince minutos sobre cómo comía, si iba abrigada y si era educada con mi familia de acogida. Me puse al lado del teléfono, con papel y boli, y mi madre me enseñó a cocinar una tortilla de patata. Tuvimos que pasarnos a Europa 30, porque yo no entendía nada. El caso es que me dije: «Bueno, nena, si todo el mundo sabe hacer una tortilla, ¿por qué tú no?» Pues porque Dios no quiere. Y contra Dios, no se puede ir.
Para empezar, tuve un pequeño problema. La falta de un ingrediente: aceite de oliva. Bueno, aceite de cualquier tipo, e hice una de esas deducciones que hacen que sea una negada para la cocina. «¿Qué más dará el aceite? Con mantequilla también se fríe igual, ¿no?» Pues no, no se fríe igual. Sólo consigues que las patatas sepan a mantequilla. Ni que decir tiene que aquella tortilla fue un asco espantoso. Dulce, con las patatas duras por dentro, y, por supuesto, no me cuajó. Me inventé que era una variante que se llamaba «revuelto navarro» (pueblo de Navarra, conocido por sus grandes cocineros y paladares expertos, lo siento mucho, de corazón), pero intuí las arcadas en la cara de la italiana al tragar aquel comistrajo. Así que empecé a saltarme las cenas de la ONU porque mi siguiente receta era una paella... ¿Os imagináis? Primera española extraditada por intoxicar a dos familias y dos estudiantes y persona non grata en Brasil, Italia y Rusia. El día de la despedida me fui a un restaurante español que había en la ciudad, un asturiano, y me gasté todo el dinero que me quedaba en comprar anchoas, fabada y cabrales. Casi me aplaudieron.
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Al principio pensé que había sido mala suerte: me faltaba aceite, experiencia, perspectiva, una tarifa Europa 140... Así que el verano siguiente, cuando mis padres me mandaron con una familia inglesa a la playa y nos propusieron un día cocinar algo a alguna de las cuatro chicas que estábamos allí, me dije: «Nena, coge algo facilito, que traiga todos los ingredientes.» Me compré una caja de gelatina Royal. «Así no hay fallo — pensé—. Además, en la cajita pone todo lo que tengo que hacer. Esto está chupado.»
Pues mira tú qué cosas..., la cagué, porque hice otro razonamiento de esos que han hecho que mi arroz blanco sea el peor del mundo. Si en la receta pone «cueza el arroz durante veinte minutos», pues yo me pongo nerviosa, porque concentrarme veinte minutos en algo que me aburre, pues que no puedo. Así que me digo: «Si le echo menos agua, se evapora antes, y lo tendré listo en quince minutos.» O si dice: «Póngalo a fuego lento», pues yo me digo: «Nena, tú pon el fuego al máximo, que así lo tienes listo en la mitad de tiempo.» Aquel día, con la gelatina me dije: «Si dice cuatro horas en el frigorífico, pues está claro, dos en el congelador, y listo.» Que discurrí esto por otro de los motivos por los que soy una negada para la cocina: porque nunca me apetece meterme allí y ando perdiendo el tiempo hasta que tengo que hacer una cena para ocho en un cuarto de hora. Ya os lo digo yo, no se puede. Hacedme caso y llamad a una pizzería. Mucho más digno. Palabrita.
Algo parecido me pasó ese día. No había tiempo. Me entretuve yo qué sé con qué y se me vino la cena encima. El caso es que, aparte de esta mano extraordinaria para la cocina, también fui bendecida con una torpeza tan portentosa que puede ser considerada una habilidad. Porque dudo que haya muchas más personas en el mundo con el don de caerse tres veces seguidas sin tropezarse, ni resbalarse, ni moverse siquiera. Nadie me lo valora, pero seguro que alguna utilidad tiene que tener. Así que mi gelatina perfecta del congelador se me cayó al suelo al ir a sacarla, y se me partió un poco por una esquina.
¿Qué hacer? ¿Confesar? Jajajaja. A veces me hago mucha gracia. Le puse el trozo partido, le di la vuelta, la pasé por agua, porque soy un desastre pero soy requetelimpia, y subí al piso de arriba para presumir de postre. Sí, no os lo había dicho, encima de torpe, soy un poco imbécil. Pero pasó una cosa muy curiosa mientras comíamos los platos que habían hecho los demás: un pastel vegetal (una niña de dieciséis años hizo un pastel vegetal, ¿os lo podéis creer? Esa tipa no tenía vida social, porque, si no, no lo entiendo), una ensalada con guacamole (y la otra niña ni era mexicana ni nada) y una estupenda tortilla de patata, con su aceite y su tamaño redondo, cuajada, perfecta. Malditas niñas. El caso es que mientras comíamos aquello empecé a ver que mi gelatina, apoyada en la mesa de al lado, perdía volumen. Se le iba haciendo como un caldillo alrededor, y cuanto más caldo, menos gelatina. Empecé a comer rápido y a azuzar al resto, pero aquello no hubo manera de salvarlo. Cuando llegamos al postre, no quedaba nada de mi gelatina. Era un líquido rojo con algún grumo. Yo dije que seguro que estaba caducado el producto, todos en la mesa dijeron que superseguro, pero yo ya empezaba a intuir que mi truco del congelador no había funcionado.
Yo no soy de desanimarme pronto, lo he aprendido de mi madre y su teoría sobre que las vainas me van a acabar gustando, así que en segundo de carrera, cuando me invitaron a una cena en la casa de unos amigos, dije: «Yo llevo el postre.» Lo dije en plan animosa, que soy superanimosa, pero en realidad tenía toda la intención de que la que se animara fuera mi madre. Pero, chica, no se animó. Tenía el día de «Os creéis que soy vuestra criada y esta casa es un hostal. Lo que me faltaba:
cocinar para otros. Ahí tienes la receta del bizcocho, te pones y lo haces tú. Y no ensucies la cocina. Que el buen pintor es el que no mancha». Me quedé pensando un rato en su metáfora, que qué tendrá que ver un pintor con un bizcocho, que si Miguel Ángel se tuvo que poner perdido pintando la Capilla Sixtina, que a Picasso le pegaba ponerse de pintura hasta las trancas, que Dalí no tenía pinta de ser muy limpito... Lo típico que puede hacer una mente dispersa. Después de un rato, y algo menos animosa, me puse manos a la obra. Hice tres bizcochos. No porque fuera a llevar tres a la cena, sino porque el primero no subió, el segundo explotó y el tercero se quedó pegado al molde al darle la vuelta.
Ya no me quedaba ánimo ni harina para el cuarto, pero a pesar de la torpeza y esta negación consustancial a mi persona para la cocina, siempre he sido creativa. Así que corté un montón de fresas y cubrí con ellas todo el bizcocho. A mi madre, mi creatividad le fastidió el postre del día siguiente, pero yo salí del paso. Estaba comestible, y hasta resultón. De todos modos, empezaba a tener claro que yo, como cocinera, sólo podía ir al paro o la cárcel por intoxicar a alguien. Juré no volver a cocinar si no era estrictamente necesario. Y he cumplido.
Pero un día abrí un blog metiéndome con mi madre, luego Planeta me publicó un libro, el libro se vendió muy bien y mi editora me propuso hacer un libro de recetas de mi madre. Yo me atraganté, me meé de la risa, y le dije que lo único que teníamos en común una cocina y yo es que las dos existimos en el mundo. Nada más. Por Dios, si a veces me cuesta saber cuál es el cuchillo y cuál el tenedor. El caso es que mientras mi libro se vendía y Planeta me animaba a escribir la segunda parte de la drama mamá, empecé a pensar que era una gran idea. No la de escribir un libro de recetas, ésa no. Para eso hay que ser experto. Bueno, igual con saber no echar vinagre a la sartén cuando no toca vale... El caso es que pensé que podía ser un recuerdo maravilloso: que mi madre me enseñara a cocinar de verdad y contarlo. Tener un proyecto juntas. Que ella eligiera las recetas de un mes. Y yo las escribiría después de haberlas cocinado al menos una vez. Pensé que era una afortunada porque, yo no sé si aprendería a freír un huevo, pero iba a tener un libro para mi madre y para mí, para nosotras solitas. Íbamos a tener un plan y un proyecto juntas. Cada vez que yo fuera a su casa, o ella viniera a Madrid, yo tenía que aprender una receta. Íbamos a tener la mejor excusa del mundo para reírnos, y una editorial la iba a encuadernar, le iba a poner tapas, y en la Biblioteca Nacional tendría un volumen de cuando mi madre, la drama mamá, me enseñaba que el aceite justo para un gazpacho es la clave para que salga rico. Y me iban a pagar por eso. La leche.
Antes de hablar con mi editora, hablé con mi madre, que se atragantó y casi se cae de la risa, se retorcía de la risa, casi le da un síncope... Encima: «Tú cocinando. Jajajaja. Tú cocinando. Jajajaja. Tú cocinando. Jajajaja. Tú cocinando. Jajajaja. » Y luego dijo: «Pero sin que se lo coma nadie, ¿eh, nena? Que no quiero ir al hospital.» Y luego volvió a decir: «Tú cocinando. Jajajaja.» Yo me empecé a cabrear, porque una tiene su orgullo. El caso es que mi primera propuesta no cuajó. Le alegró a mi madre toda la semana porque se lo iba diciendo a todo el mundo, y según lo decía se atragantaba de la risa, pero me dijo que le parecía imposible, que hay cosas en la vida que no se puede, y no se puede, que uno lo tiene que aceptar. Que ella ya casi había aceptado que yo no era normal, y que no viniera con cuentos ahora.
Nos cabreamos, nos gritamos, me hizo una tortilla buenísima, nos cabreamos más, le dio otro ataque de risa, luego me dio a mí, y lo dejamos estar. Le dije a Planeta que no veía lo de las recetas, que mi madre lo veía menos, que el servicio de sanidad del país agradecería que yo no pisara una cocina, y que yo ya tenía un trabajo que exige responsabilidad, que yo sólo quería que escribir fuera divertido, no un trabajo, que la presión me sienta mal, y yo le siento mal a todo el mundo si estoy presionada, y me puse a escribir cincuenta páginas de una novela que ellos, probablemente, no me querrían publicar. Me tentaron: me mandaron un contrato con un anticipo que me acercaba más a mi casa en la playa. Yo me puse en plan digna: «Quiero escribir a mi aire, no quiero presión, soy un ser libre, odio las imposiciones, blablablá.»
Entonces, mi madre se vino a pasar una semana a mi casa.
PD. Pamploneses, plamplonesas, ¡Viva San Fermín! Es que es imposible no decirlo ¿eh? Ahora en serio. Este viernes, 24 de mayo, estaré en El Corte Inglés de Pamplona firmando libros. A las 19.00 horas, en la planta 5, en la planta librería. Estaré encantada de recibirlos. Soy la morenita nerviosa con el pelo retirado de la cara.
No hagáis caso al cartel, es en la quinta, en la librería.
Cuando has llegado al final he pensado que ibas a decir que estarías COCINANDO en el restaurante del centro comercial y casi me meo. Pero aquí dejo la idea para futuros bolos, que no quede. Yo querría verte en un programa con Arguiñano.
ResponderEliminarjajaja te imaginas? y la gente teniedose lo que comer? Llevo a la ruina al corte inglés en dos horas.
EliminarEso, eso...para cuando con Arguiñano....???
ResponderEliminarLástima que me pilla lejos para pasarme por el Corte I.
Un abrazo!!! Te seguimos....
Sí, lo veo super claro, yo creo que conseguiría ponerle de mal humor, con lo sonriente que es siempre.
EliminarAJAJAJAAJ, LO QUE ME HE PODIDO REÍR. Me siento un poco identificada, pero sé cocinar un par de cosas. Pocas, pero me salen bien xDD.
ResponderEliminarahí, chuleando eh? Yo he mejorado un poco. Y chica, nunca más utilizaré mantequilla, y eso ya hace que la receta funcione.
EliminarComo me gustaría poder estar, ya me he leído el libro,eres fascinante
ResponderEliminarQue tengas toda la suerte que te mereces, Un abrazo
Fascinante! Me encanta. Cada vez que tenga una bronca en el curro pienso decir eso: A mí no me digas nada que yo soy fascinante. ;)
EliminarDesde que vivo independiente y tengo niño que le apasiona el buen yantar... He aprendido a hacer cocido, lentejas, paella, todo tipo de carne y salsas... pero jamás... JAMÁS, he sido capaz de darle la vuelta a una tortilla de patatas. SIEMPRE se caen al fregadero. Todas. Es una maldición. Así que te entiendo perfectamente!!
ResponderEliminarEnhorabuena de nuevo por tu libro!! <3
gracias por la enhorabuena y mira, lo de la vuelta deber ser magia.
EliminarCuánto le debes a El Corte Inglés eh??? Tantos dolores de cabeza diarios y tantas tazas de desayuno de esas grandes para mojar las magdalenas...
ResponderEliminarjajajaja malvada!
EliminarArroz blanco y gelatina??? El problema no es que cocines mal, que seguro que sí, es que pones nivelazo a tus elecciones de menú :P
ResponderEliminaroye, no tenéis piedad!
EliminarYa te he dicho en Fb que hago una tortilla de patata espectacular, pero no te he dicho nada de que hago la mejor fabada de Madrid, una paella de chuparse hasta debajo de las uñas y que estoy alcanzando el master en cocido madrileño. Tampoco tiene importancia ni quiero restregártelo, jijiji, es un talento natural... ;)
ResponderEliminarHablando en serio, Amaya, aunque me maneje más o menos decentemente en la cocina, cambiaba mi capacidad culinaria con la tuya con tal de que me donases el 10% de tu talento creativo y el 1 de tu encanto personal. Solo charlamos 5 minutillos aquel día que me acerqué a tu trabajo a que me firmaras tu primer libro, pero fue suficiente. :)
eso es un chulear en toda regla, te lo perdono por el segundo párrafo, sigue contándonos lo maja que soy...
Eliminarjajajajaja, lo de la gelatina es para moooriiiirrrrr!!!
ResponderEliminarYo no estoy para hablar, la verdad... que el otro día hice una pizza ("hice"... vamos de las refrigeradas para meter en el horno 20 minutos) Y como a mí las esperas también me aburren, no es que lo pusiera alto es que dije: "en 20 minutos se pueden hacer muchas cosas". De pronto (como a los 50 minutos) sube un olor como a chamusquina de 3 pisos más abajo... LA PIZZAAAAAAAAA!!!
Carbonizada... pero por mis narices que la probé (y después la tiré)
Creo que este libro es para mí,pero tengo que esperar (con tu permiso) a terminar los exámenes ;)
bueno, es que calcinar una pizza es sencillísimo. Yo creo que tienen como un tope, y si te pasas un segundo chamuscada, porque lo que es yo, según me doy la vuelta, me vuelvo a girar y para tirar.
EliminarMmmmm!!! Esto pinta bien!! Avísanos cuando estés por Barcelona, no me lo pierdo!!
ResponderEliminarBsos,
Mami Cool
prometido que aviso!
EliminarPersevera... mi tia todavia se acuerda del primer pan que hice en su casa, que se podian clavar clavos en la pared con el y todo... ahora me atrevo hasta con el roscon, pero de las tragedias que dejamos por el camino no se habla.
ResponderEliminarUn supersaludo
roscón??!!!! tú eres una maestra. Yo ni para una gelatina!
EliminarTe cuento dos de las mías: mis primeras lentejas de matrimoniada, calculé todo para 2 menos el agua, ni sopa era aquello, era como un agua sucia... xDDD
ResponderEliminarY el verano pasado me salió UNA tortilla de patatas ESPECTÁCULAR. La ocasión lo pintaba: comida en el campo con toooda la familia, tíos, primos, sobrinos, todo el mundo encantado, que qué buena, yo emocionadísima, hasta que las mujeres del clan vinieron a preguntarme mi secreto, ahí confesé: ni idea, la había hecho como siempre, primera vez en mi vida que me quedaba así, y no sabía por quéeeeeee!!! snifff
me ha pasado!!! solo he conseguido hacer bien algunas cosas la primera vez, pura suerte. Luego ni idea de cómo volver a conseguirlo.
EliminarEs un misterio insondable, puedes repetir las cosas cuarenta veces siguiendo cada paso exactamente igual, y te saldrán 40 veces diferente... pero hay que experimentar ¿o no?
EliminarChica el arte que te falta en la cocina te sobra pa´contarlo...
ResponderEliminarCon estas dos entradas me he reido, pero no sabes. y tienen algo, aún no sé decir qué, pero no son como los dramaconsejos, no, no, esto es otra cosa, otra dimensión de la nena.
Las cenas de la ONU y tu miedo a que te declarasen persona non grata en tres paises.
Así que el secreto del arroz es menos agua, anda que...?
Me alegra un montón que hayas comenzado la turnee de firma de libros, a ver si con un poco de suerte nos pone en el mismo lugar al mismo tiempo (a ver, cada uno a un lado de la mesa de los libros, que no soy Millas).
No voy a repetirme en comentarios sobre mi cocina, que sé que lo has leído en la anterior entrada.
Sigue haciéndonos disfrutar, incluso con tus platos, jooooo, lo que daría por ver las caras con la gelatina.
Abrazos
PD: Cada vez que tengo la sartén al fuego y abro el armario donde está el aceite y el vinagre me acuerdo de ti y te veo dando saltos y cabriolas ;-)
es la primera vez que me dicen que el aceite y el vinagre le recuerda a alguien a mí, es raro y bonito al mismo tiempo.
ResponderEliminarJajaja Amaya yo me parto contigo..me estaba imaginando lo de la gelatina y me has decepcionadoooo..pero con lo creativa k tu eres xk no dijistes k era una:"sopa fria de frambuesa al punto de tempura con encanto de flores del bosque.."(o lo primero k te hubiera venido a la cabeza...)vamos mientras no hubiera aparecido 1 pelusa flotando de cuando cayó al suelo...jeje..Eres estupenda a pesar de k no sepas cocinar eres genial en todo lo demas..tengo k mirar de comprar tu nuevo libro y compartirlo con mi dramamamá como con el primero...Un besito:
ResponderEliminarSonia
Vente pa Madrid nena q voy a verte y te compro un libro y además te llevo un pinchito de los ricos q yo hago. Yo tengo blog de cocina. Quieres verle?
ResponderEliminarWww.mamuchiysusrectas.blospot.com
Cuando quieras te enseño, a los de planeta también, jaja.... Y te invito a comer. Beso
¡Qué bueno, Nena!
ResponderEliminarEsa casa parecía un piso patera.
Qué asco lo que cocinaron los rusos.
A ver cuando firmas en Asturias, mi drama mamá y yo te prometemos una fabada, escalopines al cabrales con patatas y arroz con leche, todo casero. Incluso te puedo hacer mi espectacular tarta de queso. ¡Ó la de Nutella! xD
Amaya, yo no te voy a pedir que te vengas a copenhague de promoción, que te pilal un poco lejos, aunque sí que la próxima vez que vaya por suelo patrio me haré con el libro (aún te debo email con las chorradas del resto de las drama mamás mundiales). Lo de la cocina está visto que no, que mejor es dedicarse a otra cosa. A mí me encanta cocinar, y de vez en cuando no me deja de salir algún chasco como para bajarme los humos. El otro día hice pan y me quedó tipo torta de aceite, plano, plano, y aún recuerdo cuando intenté hacer un bizcocho "light" y en lugar de ehcar azúcar le puse sacarina, pero con el calor perdió el poder edulcorante, y aquello quedó incomible...
ResponderEliminarLO que me he reido morena.... a mí tb me tocó hacer de españolita en francia con una tortila como decian ellos, pero con la suerte que descubrí que se me daba bien...
ResponderEliminarSuerte en tierra patría con las firmas y ya contarás. Besos
Bilbao! xD, tenéis previsto pasar por aquí?
ResponderEliminarMi madre es gallega, creo que ya lo he dicho. Si cocino mal, igual me deshereda xD
Cuando te toca Bélgica? ;-) cocinar no sabrás, pero se van a vender tus libros como rosquillas!!!! ;-)
ResponderEliminarHola Amaya. Se que no me conoces porque pocas veces he comentado. Por otro lado hace muchos años que formas parte de nuestra casa. Entrastes en ella cuando publicastes un post ilustrado con un nene y su osito pegados a la pared con cinta aislante. Desde entonces han pasado muchas risas y alguna lagrima. Tengo tu libro, incluso compré otro para una amiga mia. Cuando se lo entregué su hija estaba al lado y lo cogió, se lo leyo de un tirón y no hacía más que decirle "mira mamá, tú también me haces/dices esto" así que las cosas está visto que no caducan.
ResponderEliminarHoy entro aquí para darte un premio. Hace unos días me nominaron para un premio. En la primera persona en que pensé al verlo fue en tí. Esta hecho a tu medida. Así que si lo quieres es todo tuyo. Si no deseas hacer la penitencia o pasarlo no ocurre nada, no soy muy exigente en estas cosas, pero me hacía ilusión que precisemente tú lo tuvieras. Espero que te guste. Gracias por todas las mañanas/tardes/noches divertidas que nos has regalado y espero que pronto el librito azul que tengo en casa tenga un compañero rosa. La parejita, que bien.
Venga Amaya ¿cuánto cuesta el libro? Saco los euros de la cartera y voy a por él ¡ya!
ResponderEliminarP.D.: Bueno, mejor espero a que abran, que es la una de la madrugada.
Ayyyy, qué emoción!!! Pena que Pamplona me pille tan lejos porque me encantaría volver a verte...
ResponderEliminarMe he tronchado con lo de los pimientos y los espárragos. Te faltaba una bota de vino y una gallina. Jajaja.
Un besote y todo el éxito del mundo, reina mía. Que tu inutilidad en la cocina sea el billete a tu casa en la playa (¿ves cómo al final sí te va a servir de algo?).
Navarra, cocinar mal, envenenar a la gente...diantres (menudo palabro), tu eres la responsable de "Mediterranea de Catering", la famosa empresa que gestiona la comida de los hospitales, jajajjaa!!! Que graciosa eres, me parto contigo!! Fíjate, yo soy opuesto a ti, me encanta meterme en la cocina y mirar la salsa, esperar a ver si va reduciéndose, mientras esto hierve, voy picando y salteando lo otro, y voy calentando el horno, y aprovecho para poner la mesa...coño, con decirte que me he matriculado en el ciclo formativo de "Dirección de cocina" en Ibaialde Burlada para el año que viene (sabiendo que no voy a encontrar trabajo ni de coña, si me cojen por lo menos aprovecho el tiempo!).
ResponderEliminarHola Amaya, pronto sera mi cumpleaños y espero que elpapádejoan se acuerde de regalarme tu libro porque el primero tuvo tanto éxito que en Castellón se agotaron y luego lo hemos ido dejando pasar y me quede sin regalo. Decirte que a mi me gustaba mucho la cocina y desde hace mucho no tengo ninguna gana de hacer de cocinillas pero no me queda otra que improvisar con menús nutritivos para mi peque.
ResponderEliminarUn abrazo y muchos éxitos.
Un post muy interesante este que has publicado,es una pena que no haya podido ir a ese evento de San Fermìn para poder concerte personalmente, espero sinceramente que haya otra oprtunidad . Un abrazo
ResponderEliminarQué gracia me ha hecho este post!! No me he podido ver más identificada
ResponderEliminarNo tengo ni idea ni de cocinar. Desde hace poco contrato una empresa que me prepara los menús muy equilibrados, realizan la compra y me la envían a casa junto a un recetario, es rápido, económico y me ahorra mucho tiempo. Se llama Yocomobien.es
Pero me encanta descubrir recetas sencillas y ricas como esta para los fines de semana
Muchas gracias