Abbey Long |
Perdonad la pesadez, aquí va el primer capítulo.
Capítulo 1: Mejillones al vapor
Me levanté un sábado. Yo tengo mal despertar incluso a las once del mediodía. Mi padre decía que era un castigo tenerme que levantar de la cama porque era capaz de soltar auténticas barbaridades del tipo: «Mal padre, que eres un mal padre. ¿Cómo puedes levantar a tu hija querida a las ocho de la ma-ñana? Si me quisieras no me harías esto.» Yo se lo decía con diez años, once, doce... Hasta que se le hincharon las narices y un día me dijo: «Mañana no te levanto. Si no estás lista, te vas andando. Y si llegas tarde al cole, vas a cenar vainas tantos días como minutos llegues tarde.» Oye, mano de santo...
A mi pobre novio, un día que vino en plan amoroso a despertarme: «Cariño, son las siete, levántate», le dije: «Eres un cara culo.» Totalmente en serio. Me salió del alma. Eso fue hace tres semanas.
Así que con ese humor, que más bien es un «deshumor» mañanero, me levanto, voy a la cocina rugiendo, me doy un gol-pe con la esquina de la puerta, suelto un taco, mi madre me mete una colleja y, cuando voy a encender la cafetera, veo en la enci-mera: una tabla de cocinar, unos mejillones, una sartén, una botella de vino blanco y medio limón. Y sin dejarme ni siquiera tomarme ese café que me hace ser, casi, una persona, me dice:
—A ver, tú querías aprender a cocinar, ¿no? Pues hoy va-mos a hacer mejillones al vapor para el aperitivo.
—¿Te refieres a «hoy» o a «ahora»? Porque son dos cosas distintas — dije, y pensé en terminar la frase precisando: «Muy distintas, cara culo», pero no lo dije porque también había un cuchillo en la encimera, y yo ya iba caliente con la colleja.
—Mal empezamos, nena, mal empezamos. Si ya decía yo que enseñarte a cocinar a ti es imposible, no tienes actitud.
Entonces vi que era una prueba. Algo en su cabeza había hecho clic, y aunque yo todavía no sabía por qué, mi madre me iba a regalar uno de los mejores recuerdos que siempre tendré: un montón de horas aprendiendo a cocinar. La verdad es que no tuve en cuenta el montón de collejas, ni los gritos, ni las discusiones y ni esos golpecitos en los nudillos con una cuchara de palo cada vez que metía los dedos dentro de un plato o de un bol. Que esos golpecitos me parecen una de las mayo-res torturas del mundo. Pues no tuve en cuenta nada de eso, sólo pensé: «Nena, esta prueba tienes que pasarla, que te estás jugando la casa en la playa», pero justo después pensé: «Bueno, pero después de tomar un cafelito, ¿no?»
—NOOOOOOOOO. Que pareces tonta, nena. Mira, mejor lo dejamos ahora mismo. Así no se puede. Te tengo todo preparado, y tú, a tus cosas. Ya te dije que era una mala idea.
—¿Mis cosas? Mamá, no seas exagerada, sólo quiero desayunar. Por no comentar que a ver quién tiene cuerpo de zamparse unos mejillones recién levantada de la cama...
—Si fueras una persona con fundamento y te levantaras a una hora normal... Que duermes como una adolescente, nena.
—Bueno, no pasa nada, enséñame cómo se hacen unos mejillones. De verdad que quiero aprender.
—¿Seguro? ¿Me vas a prestar atención y no te vas a poner a mirar el móvil en dos minutos?
De verdad que me apetecía hacer ese pequeño experimento familiar, así que dije:
—Prometido, mamá, yo me quedo aquí calladita y te miro.
—¿Que me miras? Anda, nena, agarra esos mejillones y pásalos bien por agua, y les quitas bien las barbas y las algas. La que te mira soy yo. Pues sí que vas tú buena. A cocinar se aprende cocinando, como todo en la vida.
—¿Cómo que «barbas»? Mamá, que ya sabes que a mí me roza un alga en el mar y soy capaz de hacer un Usain Bolt.
—No sé qué es eso, pero así no vamos a ninguna parte. Si quieres aprender, te tienes que manchar. Agarra el mejillón, el cuchillo y a raspar.
Y todo esto en ayunas. La verdad es que me cagué mentalmente en Planeta, en mi editora, y en mi idea de complicarme la vida. Pero hicimos los mejillones. Vamos, que si los hicimos, y oye, luego nos los comimos, y ni tan mal. Nadie tuvo diarrea, ni náuseas. Fue la primera vez en mi vida que alguien dijo: «No están nada mal.» Se notaba el miedo de mi madre y de mi novio. Al principio sólo se atrevían a chupar una esquinita, con el ceño fruncido, y el móvil premarcado con el número de emergencias. Pero, oye, pues no estaban mal.
Ingredientes:
• Doce mejillones gallegos limpios. Bueno, limpios quiere decir que los limpias tú. Que no te engañen.
• Cinco granos de pimienta negra. Y no, no te sirve igual molida. No empieces haciendo trampas.
• Una hoja pequeña de laurel y un limón.
• Una cucharada de vino blanco tipo fino, seco. Una tontería: que, cuando vayas a comprarlo al súper, no pone «Tipo fino, seco» en la botella, y probablemente al señor del pasillo de las botellas le haga gracia que se lo preguntes así. Lo digo por decir, que no es que el señor del pasillo del súper de al lado de mi casa me sonría y me salude cada vez que voy. No es eso.
Preparación:
No andes pidiendo un café. Actitud, hombre, actitud.
Limpia bien los mejillones debajo del grifo.
Quítales las barbas con ayuda de un cuchillo, desde la parte más estrecha hacia el lado opuesto, y aguántate las náuseas.
Si se resiste, frótalo con un estropajo duro. Sigue aguantando las náuseas.
Comprueba que no huelen y que están vivos golpeando un poco la concha. No hagas como que el mejillón habla con el acento de Chiquito de la Calzada. No es gracioso y te distrae. Y si te distraes, te salen malos.
Pon una sartén a calentar con un chorrito de vino, la pi-mienta y el laurel. Para eso, tienes que saber qué es el laurel y comprarlo en el súper. Echa los mejillones limpios una vez caliente.
Luego los tapas y agitas la sartén. Sin que salte todo, que eres un desastre, hombre, ya.
Los pones en un plato y los rocías con limón.
Ingrediente esencial para cocinar mejillones al vapor
Actitud, coño, actitud. Saber que puedes con ellos, aguantar las náuseas al quitarles las barbas, comprobar que no hay ninguno muerto, olisquearlos y golpearlos, hacerlo otra vez por si acaso. Más actitud. Y, oye, entre vosotros y yo, la receta mejora bastante si has desayunado, y si no tienes a tu madre gritando detrás de ti. Pero bueno, no estaban mal. Aprobado raspado.
Pues eso, mi segundón:
En la cocina con la Drama mamá. El libro de recetas que no conseguí escribir en:
EBOOK y -PAPEL
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