Las ofertas no son lo mío. Es más si, por ejemplo, hacen un 50 por ciento de descuento en, pongamos, mesas de jardín, según llego yo a la tienda y pregunto, lo quitan. Es más, es que a veces he visto al tendero retirar el cartel al entrar yo. Menos mal que no tengo jardín donde poner la dichosa mesa.
Bueno, pues este don para que los precios suban es justo el contrario que tienen las drama mamás, y en especial la mía. Una drama mamá detecta una oferta a kilómetros a la redonda. Parece que las huele.
Para empezar, una drama mamá tiene un control del buzoneo que ríete tú de cualquier sistemas de archivado de fichas de la Biblioteca Nacional. A lo que se suma una memoria visual cercana a ser un súper poder. Que vas tú por el súper y al ir a coger una caja de galletas de 2.20, se tensa y parece como si una alarma saltara en su interior, se le entornan las cejas y empieza a rumiar: “Yo he visto esa caja antes”. Y por su mente empiezan a sucederse imágenes de folletos: “2.25, 2.50, 2.43… ¡1.99!!!! En el Eroski están a 1.99 euros”:
- Déjalo, nena, que he visto que en el Eroski están 21 céntimos más baratas.
- Pero no vamos a ir hasta allí por 20 céntimos mamá…
- Claro que vamos a ir. Uy que si vamos a ir… Y he dicho 21 céntimos. Además tranquila que habrá más cosas que comprar.
Ella tiene el don de recordar ofertas y yo la habilidad de dormir mucho. Curioso reparto. Sobre todo si nos pones como madre e hija, que igual justo al contrario hubiera funcionado. Es decir, si ella durmiera mucho y yo recordara todo, igual así sí tenía algún sentido. Como ahora, no. Eso os lo digo.
Ella también tiene el don de que los precios bajen y yo de que suban. Por lo que siempre hacemos una pareja curiosa de compras. Somos el jodido yin y yang de la vida consumista. Yo tengo que concentrarme para distinguir un calabacín de un pepino y ella a un kilómetro de distancia sabe si un tomate está a punto de madurar. Y los melones no tiene ni que tocarlos para saber si te van a repetir. Que si lo valoras así, a grandes rasgos, está claro que mi madre está mucho más preparada para la vida que yo. Las cosas como son. A no ser que haya que hibernar durante un año, entonces será otra cosa y yo seré le puñetera reina del mambo.
De momento no. Yo odio comprar. Ella lo adora y no entiende por qué yo lo odio. Y me arrastra por supermercados y tiendas quejándome en una eterna letanía: “qué más darán 20 céntimos, no necesito eso, no me gusta, no quiero, vámonos ya, que más darán 21 céntimos”. Y así en un bucle infinito en el que yo doy mucha pena.
Pero se ve que para compensar algunas de mis, digamos, carencias como hija o ser humano, la vida le dio a mi madre otra hija: paciente, observadora, que distingue los pepinos de los calabacines sin pensarlo, y que le gusta ir de tiendas. Equilibrio divino.
Eso no evita que de vez en cuando vengan las dos a verme a Madrid y me arrastren por cualquier comercio como un alma en pena que solo busca un sitio donde sentarse en los probadores. Aunque no siempre hay probadores porque ellas sienten interés por cualquier tienda. Cualquiera. Son capaces de pararse en un escaparate de embragues y de preguntar por sus cualidades si ven uno de oferta. Que pensaréis que soy una exagerada, puede. Duermo mucho, compro mal y exagero. Sí, menos mal que soy simpatiquísima…
Bueno, pues imaginaros si mi madre controla el tema del buzoneo y de las ofertas, que después de estar mirando coches durante más de un año, el suyo lo compró por un folleto del MediaMarkt. Sí. Mi madre se compró un coche en una tienda de electrodomésticos. ¡Que exagerada eres Amaya! ¡Una locura de exagerada! ¡JA! El coche de mi madre es negro, con el interior rojo, por una puñetera oferta que lanzó el MediaMarkt y ella lo vio ahí, en su buzón. “OFERTA: tantas mil más barato, tenemos 50, me los quitan de las manos, única oportunidad, yo no soy tonto”. Y, mira, los mil paseos a los concesionarios, las valoraciones, comparaciones, búsquedas en internet, foros, y experiencias de profesionales del coche, nada de eso, pudo más que la oferta.
Y está encantada, no te creas. No lo oculta ni nada. Que hay gente que igual le daba palo, pero no, al contrario. El otro día fue a comprarse un smartphone con un folleto recortado. Entraron mi hermana y ella en la tienda, se lo enseñaron al tipo, y comprobaron que todo era según la oferta:
- Queremos este modelo, a este precio, con esta tarifa- dijo mi hermana. Porque mi madre es buena comprando melones pero para la tecnología todavía necesita personal shopper, a pesar de que la oferta y el folleto eran suyos.
- ¡Qué maravilla!- le dijo el tipo- Si vienen con todo preparado, así da gusto.
- Es que yo el buzoneo lo tengo más que controlado- le dijo mi madre orgullosa.- Hasta un coche me he comprado así.- Más orgullosa aún.
Y todo esto a qué viene. Se os ha pasado un pequeño detalle. Entre pepinos, compras, embragues y dones. Una menudencia de nada: mi madre tiene un smartphone. Es decir mi madre tiene whatsapp… Esto viene a que a mí se me ha quitado el sueño de golpe porque mi hermana es su personal shopper preferida pero yo soy su asistencia técnica (y vivo a 400 kilómetros):
- A ver mamá, no has podido borrar todos los contactos.
- Que te digo que sí, nena, antes estaban y ahora no están. No están. Si ya sabía que era un error esto. Y menos mal que me has llamado, que si no ¿qué hago? ¡Incomunicada!
- No exageres, hombre, que tienes el fijo. A ver dime qué ves en la pantalla.
- Veo una maleta.
- ¿Una maleta? No puede ser. No hay nada que tenga forma de maleta.
- Es una maleta con un círculo y un señor pequeño. Hombre qué sí es. Te diré yo. Lo que no veo son los contactos.
- Mamá, estate tranquila que seguro que no estás en la pantalla adecuada, o igual has borrado el acceso directo que es como un atajo, pero los contactos están.
- Que me dejes de atajos, ¿qué hago con esta maleta? ¿La llevo a algún lado?
- Ay mamá, que no sé qué ves. En mi móvil no hay nada que se parezca a una maleta con un señor. ¿Qué más ves?
- Permitir actualización de y puntos suspensivos. Nena yo no quiero permitir nada ¿eh? Que luego se saben mi vida. Yo quiero llamar y colgar. Y un mensaje de esos con fotos y ya está. Que además me llega un whastapp y no suena. Yo creo que el mío no funciona.
- Si funciona mamá, te sale un símbolo que es como un bocadillo con un teléfono dentro. Y eso es que tienes un mensaje sin leer.
- El mío está roto. A mí me sale una maleta. Así como te lo digo. Bueno, te dejo que las tecnologías me dejan agotada. Mañana seguimos.
Total, toda la noche con pesadillas en las que yo trabajaba en el servicio técnico de una frutería y me daban maletas para llevar melones que no cabían. No he pegado ni ojo. Para un don que tenía…
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